sábado, 7 de octubre de 2017

El libro perdido de Enki - La segunda tablilla

La segunda tablilla

Hacia la nivea Tierra puso rubo Alalu; por un secreto del Principio, eligió su destino. Hacia las regiones prohibidas se encaminó Alalu; nadie había ido antes allí, nadie había intentado cruzar el Brazalete Repujado. Un secreto del Principio había determinado el curso de Alalu, la suerte de Nibiru ponía en sus manos, ¡mediante un plan, haría su realeza universal! En Nibiru, el exilio era seguro, a la misma muerte se arriesgaba. En su plan, había riesgos en el viaje; ¡pero la gloria eterna del éxito era la recompensa! Como un águila, Alalu exploró los cielos; abajo, Nibiru era una bola suspendida en el vacío. Su silueta era atractiva, su resplandor blasonaba los cielos circundantes. Su tamaño era enorme, detellaba el fuego de sus erupciones. Su envoltorio sustentador de vida, su tono rojizo, era como espuma marina; En su mitad, se veía la brecha, como una herida oscura.


Miró hacia abajo de nuevo; la amplia brecha se había convertido en una cubeta. Volvió a mirar, la gran bola de Nibiru se había convertido en una fruta pequeña; la siguiente vez que miró, Nibiru había desaparecido en el gran mar oscuro. El remordimiento se aferró al corazón de Alalu, el miedo lo tenía entre sus manos; la decisión se trocó en duda. Alalu consideró si detener su trayectoria; luego, desde la audacia regresó a la decisión. Cien leguas, mil leguas recorrió el carro; diez mil leguas viajó el carro. En los amplios cielos, la oscuridad fue la más oscura; en la lejanía las estrellas distantes parpadeaban ante sus ojos. Más leguas viajó Alalú y, luego, su mirada encontró una visión de gran alborozo: ¡En la extensión de los cielos, el emisario de los celestiales le daba la bienvenida! El pequeño Gaga, El Que Muestra el Camino, le daba la bienvenida a Alalu con su vuelta, hasta él extendía su bienvenida.



Deambulando desvaído, estaba destinado a viajar antes y después del celestial Antu, con el rostro hacia adelante, con el rostro hacía atrás, con dos rostros estaba dotado. Su aparición, al ser el primero en recibir a Alalu, lo consideró éste como un buen augurio; ¡por los dioses celestiales es bienvenido!, así lo entendió.



En su carro, Alalu siguió el sendero de Gaga; hasta el segundo dios de los cielos se dirigía. Pronto el celestial Antu, el nombre que le diera el Rey Enshar, se divisó en la oscuridad de las profundidades; azul como las aguas puras era su color; de las Aguas Superiores era el comienzo. Alalu se quedó encantado con la belleza de la visión; a cierta distancia continuó su recorrido.



Como el doble de su esposa, por un verde azulado se distinguía a An. Una fascinante multitud lo circundaba; de suelos firmes estaban provistos. Alalu les dio una afectuosa despedida a los dos celestiales, discerniendo todavía el sendero de Gaga. Estaba mostrando el sendero hacia su antiguo señor, del cual una vez fue consejero: hacia Anshar, el Primero de los Príncipes de los cielos, se dirigía el recorrido.



Acelerando el carro, Alalu pudo vencer la insidiosa atracción de Anshar; ¡con anillos brillantes de fascinantes colores hechizaba el carro! Alalu dirigió rápidamente la mirada a un lado, y desvió con fuerza Lo Que Muestra el Camino.



Entonces, ante él apareció una visión aún más temible: ¡en los cielos lejanos, la estrella brillante de la familia llegó a ver! Una visión más atemorizadora siguió a la revelación: Un mostruo gigante, moviéndose en su destino, arrojó una sombra sobre el Sol; Kishar se tragó a su creador! Pavoroso fue el acontecimiento; un mal augurio, pensó de hecho Alalu. El gigante Kishar, el primero de los Planetas Estables, tenía un tamaño abrumador. Tormentas de remolinos oscurecían su rostro, y movían manchas de colores de aquí para allá: Una hueste innumerable, unos rápidos, otros lentos, circundaban al dios celestiales. Dificultosos eran sus caminos, adelante y atrás se agitaban. El mismo Kishar lanzó un hechizo, estaba arrojando relámpagos divinos.



Mientras Alalu observaba, su curso se vio afectado, se distrajo su dirección, sus actos se hicieron confusos. Después, el oscurecimiento de la profundidad comenzó a pasar: Kishar en su destino prosiguió su vuelta. Moviéndose lentamente, levantó su velo sobre el Sol radiante; Aquél del Principio llegó a verse plenamente. Pero la alegría del corazón de Alalu no duró demasiado; más allá del quinto planeta, acechaba el mayor de los peligros, como ya sabía. El Brazalete Repujado dominaba más adelante, ¡era de esperar la destrucción! De rocas y piedras estaba compuesto, como huérfanos sin madre se agrupaban. Abalanzándose por delante y por detrás, seguían un destino pasado.



Sus hechos eran detestables; difíciles sus senderos. Habían devorado a los carros de exploración de Nibiru como leones hambrientos; se negaban a entregar el precioso oro. necesario para la supervivencia. Hacia el Brazalete Repujado se precipitó el carro de Alalu, a enfrentarse audazmente en estrecho combate con las feroces piedras. Alalu tiró hacia arriba con más fuerza las Piedras de Fuego de su carro, dirigió Lo Que Muestra el Camino con mano firme. Las siniestras rocas cargaron contra el carro, como un enemigo al ataque en la batalla. Alalu soltó desde el carro un proyectil portador de muerte hacia ellas; y después, otra y otra, contra el enemigo, las armas de terror arrojó. Como guerreros asustador, las rocas regresaron, abriendo un sendero para Alalu. Como por hechizo, el Brazalete Repujado le abrió una puerta al rey. En la oscura profundidad, Alalu pudo ver los cielos con claridad; no fue derrotado por la ferocidad del Brazalete, ¡su misión no había terminado! En la distancia, la bola ígnea del Sol extendía su resplandor; estaba emitiendo rayos de bievenida hacia Alalu. Delante del Sol, un planeta pardo rojizo recorría su vuelta; era el sexto en la cuenta de dioses celestiales. Alalu no pudo sino entreverlo: sobre su predestinado recorrido, se apartaba con rapidez del sendero de Alalu. Después apareció la nivea Tierra, el séptimo en la cuenta celestial. 



Alalu puso rumbo al planeta, hacia un destino más tentador. Su atractiva esfera era más pequeña que Nibiru, su red de atracción era más débil que la de Nibiru. Su atmósfera era más delgada que la de Nibiru, en ella se arremolinaban las nubes. Abajo, la Tierra estaba dividida en tres regiones: blanco de nieve en la cima y en la base, azul y marrón entre ellas. Con destreza, Alalu desplegó las alas de detención del carro para circundar la bola de la Tierra. En la región media, pudo discernir tierra firme y océanos acuosos. Dirigió hacia abajo el Rayo Que Penetra, para detectar las interioridades de la Tierra. ¡Lo he conseguido!, gritó extáticamente: Oro, mucho oro, había indicado el rayo; ¡estaba por debajo de la región de color oscuro, en las aguas también había! Golpeándole el corazón en el pecho, Alalu estaba valorando una decisión: ¿haría descender su carro sobre la tierra seca, quizás para estrellareis y morir? ¿Pondría rumbo a las aguas, quizás para hundirse en el olvido? ¿Qué camino debía tomar para sobrevivir? ¿Descubriría el valioso oro? En el asiento del Águila, Alalu no se agitó; en manos del hado confió el carro. Completamente cautivo en la red atractiva de la Tierra, el carro se iba moviendo cada vez más rápido. Las alas extendidas se encendieron; la atmósfera de la Tierra era como un horno. Luego, el carro tembló, emitiendo un estruendo mortífero. Abruptamente, el carro chocó, deteniéndose de repente. Sin sentido por la sacudida, aturdido por el choque, Alalu, se quedó inmóvil, luego, abrió los ojos y supo que estaba entre los vivos; al planeta del oro había llegado victorioso.




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