Atestación
Palabras de Endubsar, escriba maestro, hijo de la ciudad de Eridú, sirviente del señor Enki, el gran dios.
En el séptimo año después de la Gran Calamidad, en el segundo mes, en el decimoséptimo día, fui citado por mi maestro el Señor Enki, el gran dios, benévolo creador de la Humanidad, omnipotente y misericordioso.
Representación de la Gran Calamidad
Yo estaba entre los supervivientes de Eridú que habían escapado a la árida estepa cuando el Viento Maligno se estaba acercando a la ciudad.
Y vagué por el desierto, buscando ramas secas para hacer fuego. Y miré hacia arriba y he aquí que un Torbellino llegó desde el sur. Tenía un resplandor rojizo, y no hacía sonido alguno. Y cuando tocó el suelo, salieron de su viento cuatro largos pies y el resplandor desapareció. Y me arrojé al suelo y me postré, pues sabía que era una visión divina.
Representación de una abducción
Y cuando levanté mis ojos, había dos emisarios divinos cerca de mí.
Y tenían rostros de hombres, y sus vestidos brillaban como metal bruñido. Y me llamaron por mi nombre y me hablaron, diciendo: Has sido citado por el gran dios, el señor Enki. No temas, pues has sido bendecido. Y estamos aquí para llevarte a lo alto, y llevarte hasta su retiro en la Tierra de Magan, en la isla en medio del Río de Magan, donde están las compuertas.
Y mientras hablaban, el Torbellino se elevó como un carro de fuego y se fue. Y me tomaron de las manos, cada uno de ellos de una mano. Y me elevaron y me llevaron velozmente entre la Tierra y los cielos, igual que se remonta el águila. Y pude ver la tierra y las aguas, y las llanuras y las montañas. Y me dejaron en la isla, ante la puerta de la morada del gran dios. Y en el momento en que me soltaron de las manos, un resplandor como nunca había visto me envolvió y me abrumó, y caí al suelo como si hubiera quedado vacío del espíritu de vida.
Mis sentidos vitales volvieron a mí, como si despertara del más profundo de los sueños, por el sonido de mi nombre al llamarme. Estaba en una especie de recinto. Estaba oscuro, pero también había un aura. Entonces, la más profunda de las voces pronunció mi nombre otra vez.
Y, aunque pude escucharla, no hubiera sabido decir de dónde venía la voz, ni pude ver quién era el que hablaba. Y dije, aquí estoy.
Entonces, la voz me dijo: Endubsar, descendiente de Adapa, te he escogido para que seas mi escriba, para que pongas por escrito mis palabras en las tablillas.
Y de pronto apareció un resplandor en una pared del recinto. Y vi un lugar dispuesto como el lugar de trabajo de un escriba: una mesa de escriba y un taburete de escriba, y había piedras finamente labradas sobre la mesa. Pero no vi tablillas de arcilla ni recipientes de arcilla húmeda, Y sobre la mesa sólo había un estilo, y éste relucía en el resplandor como lo hubiera podido hacer ningún estilo de caña.
Y la voz volvió a hablar, diciendo: Endubsar, hijo de la ciudad de Eridú, mi fiel sirviente. Soy tu señor Enki. Te he convocado para que escribas mis palabras, pues estoy muy turbado por la Gran Calamidad que ha caído sobre la Humanidad. Es mi deseo registrar el verdadero curso de los acontecimientos, para que tanto dioses como hombres sepan que mis manos están limpias. Desde el Gran Diluvio estaba destinado a suceder, no así la gran calamidad. Ésta, hace siete años, no tenía que haber ocurrido. Se podía haber evitado, y yo, Enki hice todo lo que pude por impedirla; pero, ¡ay!, fracasé. ¿Y fue hado o fue destino? El futuro juzgará, pues al final de los días un Día del Juicio habrá. En ese día, la Tierra temblará y los ríos cambiarán su curso, y habrá oscuridad al mediodía y un fuego en los cielos por la noche, será el día del regreso del dios celestial. Y habrá quien sobreviva y quien perezca, quien sea recompensado y quien sea castigado, dioses y hombres por igual, en ese día se descubrirá; pues lo que venga a suceder, por lo que ha sucedido será determinado; y lo que estaba destinado, en un ciclo será repetido, y lo que fue fruto del hado y ocurrió sólo por la voluntad del corazón, para bien o para mal vendrá a ser juzgado.
La voz cayó en el silencio; después, el gran señor habló de nuevo, diciendo: Es por esta razón que contaré el relato veraz de los Principios y de los Tiempos Previos y de los Tiempos de Antaño; pues, en el pasado, el futuro se halla oculto. Durante cuarenta días y cuarenta noches, yo hablaré y tú escribirás; cuarenta será la cuenta de los días y las noches de tu trabajo aquí, pues cuarenta es mi número sagrado entre los dioses. Durante cuarenta días y las noches, no comerás ni beberás; sólo esta onza de pan y agua tomarás, y te mantendrá durante todo tu trabajo.
Y la voz se detuvo, y de pronto apareció un resplandor en otra parte del recinto. Y vi una mesa y, sobre ella, un plato y una copa. Y me levanté para ir allí, y había pan en el plato y agua en la copa.
Y la voz del gran señor Enki habló de nuevo, diciendo: Endubsar, come el pan y bebe el agua, y te mantendrás durante cuarenta días y cuarenta noches. E hice como me indicó. Y después, la voz me indicó que me sentara ante la mesa de escriba, y el resplandor se intensificó allí. No pude ver ninguna puerta ni abertura donde me encontraba, sin embargo el resplandor era tan fuerte como el del sol del mediodía.
Y la voz dijo: Endubsar el escriba, ¿qué ves?
Y miré y vi el resplandor que iluminaba la mesa, las piedras y el estilo, y dije: Veo unas tablillas de piedra, y su tono es de un azul tan puro como el cielo. Y veo un estilo como nunca antes había visto, su cuerpo no parece de caña, y su punta tiene la forma de una garra de águila.
Y la voz dijo: son éstas las tablillas sobre las cuales inscribirás mis palabras. Por expreso deseo mío, se han tallado del más fino lapislázuli, cada una de ellas con dos caras lisas. Y el estilo que ves es la obra de un dios, el cuerpo está hecho de electro y la punta de cristal divino. Se adaptará firmemente a tu mano, y te será tan fácil grabar con él como marcar sobre arcilla húmeda. En dos columas inscribirás la cara frontal, en dos columnas inscribirás el dorso de cada tablilla de piedra. ¡No te desvíes de mis palabras y mis declaraciones!
Y hubo una pausa, y yo toqué una de las piedras, y sentí su superficie como una piel lisa, suave al tacto. Y tomé el estilo sagrado, y lo sentí como una pluma en mi mano.
Y, después, el gran dios Enki comenzó a hablar, y yo empecé a escribir sus palabras, exactamente como las decía. A veces, su voz era fuerte; a veces, casi un susurro. A veces, había gozo u orgullo en su voz; a veces, dolor o angustia. Y cuando una tablilla quedaba inscrita en todas sus caras, tomaba otra para continuar.
Y cuando fueron dichas las últimas palabras, el gran dios se detuvo, y pude escuchar un gran suspiro. Y dijo: Endubsar, mi sirviente, durante cuarenta días y cuarenta noches has anotado fielmente mis palabras. Tu trabajo aquí ha terminado. Ahora, toma otra tablilla, y en ella escribirás tu propia atestación; y al final de ella, como testigo, márcala con tu sello; y toma la tablilla y ponla junto con las otras en el cofre divino; pues, en el momento designado, los escogidos vendrán hasta aquí y encontrarán el cofre y las tablillas, y sabrán todo lo que yo te he dictado a ti; y que el relato veraz de los Principios, los Tiempos Previos, los Tiempos de Antaño y la Gran Calamidad será conocido en lo sucesivo como Las Palabras del Señor Enki. Y habrá un Libro de Testimonios del pasado, y un Libro de dicciones del futuro, pues el futuro en el pasado se halla, y lo primero también será lo último.
Y hubo una pausa, y tomé las tablillas y las puse una a una en el orden correcto dentro del cofre. Y el cofre estaba hecho de madero de acacia con incrustaciones de oro en el exterior.
Y la voz de mi señor dijo: Ahora, cierra la tapa del cofre y fija el cierre. E hice como se me indicó.
Y hubo otra pausa, y mi señor Enki dijo: Y en cuanto a ti, Endubsar, con un gran dios has hablado y, aunque no me has visto, en mi presencia has estado. Por tanto estás bendecido, y serás mi portavoz ante el pueblo. Los amonestarás para que sean justos, pues en ello estriba una buena y larga vida. Y los confortarás, pues en el plazo de setenta años se reconstruirán las ciudades y las cosechas volverán a crecer. Habrá paz, pero también habrá guerras. Nuevas naciones se harán poderosas, reinos se elevarán y caerán. Los dioses de antaño se apartarán, y nuevos dioses decretarán los hados. Pero al final de los días prevalecerá el destino, y ese futuro se predice en mis palabras acerca del pasado. De todo ello, Endubsar, a la gente le hablarás.
Y hubo una pausa y un silencio. Y yo, Endubsar, me postré en el suelo y dije: Pero, ¿cómo sabré qué decir?
Y la voz del señor Enki dijo: Habrá señales en los cielos, y las palabras que tengas que pronunciar vendrán a ti en sueños y en visiones. Y, después de ti, habrá otros profetas escogidos. Y al final, habrá una Nueva Tierra y un Nuevo Cielo, y ya no habrá más necesidad de profetas.
Y, entonces, se hizo el silencio, y las auras se extinguieron, y el espíritu me dejó. Y cuando recobré los sentidos, estaba en los campos de los alrededores de Eridú.
Sello de Endubsar, escriba maestro.
***
Fin de la Atestación
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